Mi amigo Jordi y yo habíamos jugados muchos años juntos. Empezamos en el equipo del colegio, donde el fútbol era casi una religión. Fuimos progresando y, a medida que crecíamos, nos incorporábamos a equipos de mayor categoría. Poco a poco, y sin apenas darnos cuenta, la cosa se fue poniendo seria. De un día para el otro, empezamos a viajar por todo el territorio catalán, e incluso en algunas ocasiones llegamos a jugar muy lejos de casa. Desde Mallorca a Alicante, pasando por Zaragoza e Ibiza, y qué sé yo, Valencia, Castellón, Teruel, y en fin, un largo etcétera. Dadas las circunstancias, admito que jamás sospeché que la historia terminaría como lo hizo.
La cuestión es que, un buen día, Jordi dejó de venir a entrenar. Recuerdo que durante las últimas temporadas, habíamos ido siempre en coche hasta Sant Vicenç dels Horts, donde por aquel entonces practicábamos nuestro deporte favorito. Eran jornadas cortas pero intensas y, junto a un par de compañeros más, aprovechábamos aquellos breves trayectos para hablar de la vida. Allí uno podía planear el futuro, contar historias, pedir consejo, y en fin, ese tipo de cosas. A pesar de todo, y aunque él nunca lo mencionara, había algo ahí fuera que lo acabaría empujando a tomar medidas drásticas: dejaría el fútbol y con él todo lo que ello conllevaba. Desde luego, nadie se lo esperaba ni lo entendía. Y, en definitiva, el porqué era entonces una incógnita.
Después la vida siguió su curso y, con el paso del tiempo, acabé por olvidar todo aquello. Yo seguía jugando al fútbol, así que conocí a nuevos compañeros y me enfrenté a nuevos retos. Lo cierto es que la enigmática decisión de Jordi quedaba ya demasiado atrás. Pero como siempre, cuando parecía que el barco se había hundido en lo profundo del océano, éste emergió de nuevo sobre la superficie del agua.
Era una tarde cualquiera, sentado frente al ordenador sin un rumbo claro. Como en muchas otras ocasiones, acabé en el muro de Facebook arrastrando el ratón frenéticamente hacia abajo. De repente, algo me detuvo. Yo había visto antes esa cara. No podía creerlo. Jordi vestía ropa de colores vivos y bailaba junto a una chica ataviada con una indumentaria parecida. Sí, todo encajaba. Le escribí un mensaje privado, él respondió al instante. Al parecer, Jordi se había apuntado a salsa. Y de ahora en adelante, esa sería su nueva religión.